"¿Ya has despertado, maldito montón de músculos?"
Shin abrió los ojos despacio, confundido.
"¿Dónde estoy?"
Hiruma se levantó de su trono, colgando de la pared una pequeña ballesta de color negro que había estado limpiando. Su sonrisa era como la de un gato que tiene atrapado a un ratón y con el que piensa "jugar" un buen rato antes de devorarlo.
"Estás en el palacio del bosque negro, maldito montón de músculos. MI palacio."
Shin intentó moverse, pero no pudo. Estaba atado y sujeto de pies y manos a la pared. Intentó liberarse pero no tenía la suficiente fuerza para lograrlo.
"Espero que no estés molesto porque te haya drogado, pero no me haría ninguna gracia que te escaparas. Después de todo eres la moneda con la que recuperaré el reino de Deimon. Me fue arrebatado por alguien como tú: un estúpido príncipe montado en su estúpido caballo blanco. Irónico, ¿verdad? Alguien rompió el sello bajo el que estaba preso, así que voy a empezar por recuperar lo que es mío."
La mirada de Hiruma reflejaba su seguridad y la tenía puesta en los ojos de Shin, desafiante, esperando una réplica o una reacción. Shin tan sólo ladeo la cabeza sin perder de vista al demonio rubio.
"Tsk... Patético."
Hiruma le soltó una buena bofetada. ¿Cómo se atreve a plantar cara en su situación? Era lo único que en ese momento podía pensar el rubio pero para el príncipe de Oujo aquella reacción confirmaba sus pensamientos.
"Si el reino de Deimon realmente fuera tuyo, tendrías el valor y fuerza suficientes para lograr recuperarlo. No serías tan cobarde como para utilizar trucos sucios. Además, no creo que te entreguen el reino, pero lo que si sé es que muy pronto tendrás visitas."
Una bofetada igual de sonora que la anterior impactó en la cara de Shin.
"¡Escuchame bien maldito montón de músculos! ¡No eres nadie para cuestionar mis métodos! Pueden venir aquí todos tus amigos, pero no tengas muchas esperanzas. No suelo recibir visitas. No sé a qué se deberá, pero siempre se quedan empalados algo así por el camino, jejeje..."
La sonrisa de Hiruma ahora era radiante. El príncipe de Oujo no creyó necesario continuar la conversación, así que cerró los ojos para descansar. Si lograba reunir las fuerzas suficientes quizás podría escapar. Hiruma lo miraba con cierta curiosidad. No sería normal que tan de repente se diera por vencido ni se abandonara al destino. "¿Está descansando?" Pensó el demonio rubio y tuvo una idea, muy divertida. Si su "invitado" quería descansar, debía comportarse como un buen anfitrión y darle el trato que se merecía.
Chasqueó sus largos dedos y al momento apareció un muchacho enorme y corpulento, cuya cabeza tenía forma de castaña. Sus mejillas eran rosadas pero en lugar de la cálida sonrisa de antaño, su expresión era temerosa y triste. Llevaba una pequeña caja en sus manos y se la entregó a Hiruma. El demonio rubio sonrió satisfecho y tomó el saquito que estaba en su interior. se puso algo del polvo grisáceo que contenía en la palma de la mano y se lo sopló a Shin, sumiéndolo en un profundo sueño. Volvió a poner el saquito en su caja y la dejó en una mesita cercana.
"Cerdito, acomoda a nuestro invitado e mi sala de juegos ¡Y date prisa!"
El corpulento muchacho obedeció con presteza al mandato de su amo. No es que aprobara la conducta de su señor pero no le quedaban más opciones. Morir intentando escapar o desobedecer o seguir vivo esperando un milagro que lo sacara de allí. Al desatarlo, se quedó mirando al príncipe de Oujo durante unos instantes y no pudo más que sentir piedad y tristeza por él. Sabía lo que le esperaba en aquella sala. Él mismo lo había padecido unos años atrás. Procuró darse prisa para evitar que Hiruma pudiera irritarse por la tardanza. Se echó al prisionero al hombro y lo llevó a aquella sala. Cuando estuvo frente a la puerta se detuvo unos instantes, para hacer acopio de su valor e intentar enterrar el terror vivido tras ella. La pérdida de la inocencia y de la sonrisa no son algo que puedan esconderse de la memoria. Cuando logró al menos dejar de temblar, entró y se dispuso a prepararlo todo de manera mecánica, sin querer pensar en nada. Sabía que Hiruma disfrutaba con el dolor ajeno y ya que no podía escapar de allí, al menos no le daría el gusto de dejar ver su dolor.
1 comentario:
Mooooooola!!! (Ya tocaba violación del cachitasXDDD). Ale pues, a seguir a este ritmo, que va mu bien!
Publicar un comentario